Circularidad. Sostenibilidad. Agencia 2030. ODS. Kilómetro cero. Productos de cercanía. Greenwashing. Ecodiseño. Transición energética. Huella hídrica.

Llevamos al menos un par de años con estas palabrejas en la mesa, on the top of the agenda. Las administraciones públicas, desde Europa para abajo, están movilizando miles de millones de euros en programas que pongan en marcha iniciativas relacionadas con la circularidad, la sostenibilidad, los objetivos de desarrollo sostenible. El objetivo claro es cambiar el paradigma, cambiar el mundo, bajo el paraguas de la escasez de recursos, de la dependencia y de proteger el planeta.

Y, claro, a partir de ahí se estructuran programas, se desarrollan formaciones, emprendimientos, encuentros y otras maravillas para que esto suceda. Se ha pasado del reciclaje en los hogares como opción y en las normas ISO 14001 hacia una filosofía de vida, un manto de cuasi imposición donde todo entra, o todo debe entrar.

Sí, se hacen cosas bien: los infantes se conciencian en las escuelas y, por ende, conciencian a sus padres y abuelos. Se implantan medidas de reciclaje y se apoya a las empresas en cuanto a la implantación de políticas de sostenibilidad. Lo eco vende, lo bio más y se extiende una aureola verde por todo el mundo.

Pero una cosa es concienciar y apoyar, y otra contraria es obligar. Hacer que desaparezca el diesel, que las familias reciclen de verdad y bien (más del 40% no sabe hacerlo en España), hacer que las empresas dispongan de vehículos eléctricos para optar a contratos públicos, es una puñetera barbaridad. Sobre todo considerando factores como el coste de la electricidad, las subvenciones a las renovables, el marasmo de normativa que hay que cumplir para ser circular, y otros más. Un dato que creo que hay que dar: se empodera el reciclaje en elementos plásticos, pero no se realiza el reciclaje efectivo en las plantas de reciclaje. Datos como estos, ¿lo sabemos?

Porque… ¿cuál es el retorno real de las actuaciones que se hace? ¿Cuánto nos cuesta a los europeos, a los españoles, un plan de sostenibilidad turística, y qué retorno tiene? ¿Cuánto nos cuesta a los europeos y a los españoles lograr que una empresa implante la certificación B Corp y qué retorno tiene para la empresa y para los españoles? ¿Cuánto nos cuesta que se implanten políticas circulares en una empresa, en cualquiera, del estado español y qué retorno real tiene para la sociedad, para nosotros? ¿Tenemos esos indicadores en los programas públicos europeos, en los millones que se gastan en formaciones, emprendimientos, empresas, entidades sin ánimo de lucro, entidades públicos y su retorno real, digo real en Europa y España, en nuestros pueblos y ciudades?

Francamente, pondría la mano en el fuego y apostaría que no lo sabemos. No lo sabemos ni a nivel comarcal, regional, estatal ni europeo. Pero se nos llena la boca de sostenibilidad, circularidad; nos licuamos pensando en lo que ello implica, pero no tenemos claro el retorno. Y no vale eso de que «el planeta se nos muere». El planeta se nos muere, pero eso no se resuelve firmando declaraciones para cumplir con el Principio DNSH (no jorobemos el planeta).

Empecemos la casa por los cimientos, midiendo lo que nos cuesta, y teniendo claro los retornos. Pidamos a los programas objetivos claros de impacto, cumplibles, medibles y con penalizaciones si no se logran; dejémonos de pagar con esto formaciones inútiles, viajes de funcionarios y simplezas tecnológicas. Hagamos un plan claro, con objetivos medibles en cascada, y nunca iniciativas paridas al alimón, con buena voluntad pero con malos fundamentos. Un plan en cada iniciativa, en cada INTERREG, en cada plan de sostenibilidad turística, para cada euro que se gaste.

¿Algo huele mal en Dinamarca? ¿En la circularidad?

 

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